El planteamiento del que parte la mediación es tan atractivo que puede dar lugar a una visión excesivamente optimista de la misma, llegándose incluso al error de creer que la mediación es la solución para todo tipo de problemas.
Es por ello por lo que se debe reconocer con humildad que esta intervención, como cualquier otra, tiene sus limitaciones; esencialmente porque trabaja partiendo de la libre voluntad de las partes y, allí donde ésta se encuentre mediatizada por alguna circunstancia, la mediación estará siempre contraindicada.
En este sentido, la mediación familiar no puede ser la solución para aquellos casos en los que:
1) Algún miembro de la pareja no ejerce el control sobre su voluntad y, por lo tanto, es incapaz de asumir los compromisos adquiridos o incluso de adquirir compromiso alguno.
Situaciones tales como alcoholismo, toxicomanía, ludopatía etc., requieren de un tratamiento previo al inicio de un proceso de mediación familiar.
2) Tampoco es posible la mediación en todos aquellos supuestos en los que uno de los miembros de la pareja o sus hijos e hijas sean objeto de violencia familiar.
En estos casos, las decisiones estarán inevitablemente condicionadas por el desequilibrio de poder que existe entre la pareja, llegando a influir en los acuerdos el temor al otro, con el consiguiente riesgo para los miembros de la unidad familiar víctimas de la violencia y el incremento de la probabilidad de incumplir el acuerdo.