La evidencia de la multiplicidad de modelos familiares no ofrece duda, salvo para la negación sempiterna de ciertos sectores sociales y políticos anclados en el pasado o para los consabidos fundamentalismos religiosos que achacan a productos del pecado por antinatural todo lo que resulta inconveniente para sus respectivas doctrinas.
El interés esencial de este post está, por tanto, en examinar con ecuanimidad algunas de las causas que han contribuido a facilitar la evolución familiar. De un mediador familiar con especialidad en Sociología provienen las siguientes observaciones sobre los factores que más han contribuido a la transformación familiar en nuestros días:
– La democratización de la vida familiar
Es uno de los factores que la Psicología resalta como más relevante del mundo actual. El pensamiento democrático y su puesta en práctica representan la capacidad de las personas para tomar decisiones y elegir su destino.
La forma en que se educa a hijos e hijas contempla un sistema de paridad no igualitario pero sí democrático, en el sentido de que todos los miembros de la familia «tienen voz aunque sea sin voto». A medida que los hijos y las hijas van teniendo edad, se les reconoce la capacidad para tomar decisiones sobre lo que les concierne. Hay una conciencia universal de la igualdad de todo ser humano con la consecuencia de que tal concepto entra en la dinámica de todos los hogares.
– Evolución sociodemográfica: descenso de la natalidad y aumento de la esperanza de vida
El desarrollo democrático de la población ha ocasionado dos fenómenos trascendentales en orden al cambio de los modelos de familia vigentes. El primero con referencia al aumento en la esperanza de vida, y el segundo debido a la densidad de población. En este último incide no sólo la disminución de la mortandad, sino de forma más decisiva el elevado descenso de las tasas de natalidad.
Los datos demográficos publicados en España por el Instituto Nacional de Estadística (lNE), correspondientes al año 2013, arrojan una pirámide de población en la que la natalidad desciende escandalosamente y la población envejece.Es indudablemente un peligro de difícil solución el hecho constatado de que las cifras de nacimiento no llegan a alcanzar el número necesario para poder tomar el relevo generacional que permita sostener el sistema. El número de hijos o hijas por mujer ha caído del 1,32% en 2012 al 1,26 en 2013. Con independencia de la incidencia que pueda producir la crisis económica actual, hay que destacar también como causa innegable el descenso de la natalidad y la ausencia de políticas sociales en los temas de familia. El apoyo a la familia es una octogésima parte de la que recibe el pueblo alemán.
En contraposición, la esperanza de vida en 2013 aumentó respecto al año anterior en o,6%, situando a los hombres en 80 años (con un aumento de 0,7 años) y a las mujeres en 85,6 (con un incremento del tiempo de vida de o,6 años). Estas cifras son, a su vez, causa entre otras, de que en la actualidad el número de personas que viven solas siga aumentando cada vez más hasta alcanzar el 24,2% del total de hogares, lo que representa 4,4 millones de personas, en su mayoría de edad avanzad a, viviendo en soledad.
UNAF no puede permanecer en silencio sin reivindicar y proponer soluciones político-sociales ante una problemática que está incidiendo directamente en las familias. Resulta inadmisible ante situaciones como ésta no contar con una legislación efectiva en el ámbito de la dependencia, ni con las ayudas económicas que en su caso necesitan la mayoría de personas mayores.
– Incorporación de la mujer al mundo laboral
Otro factor de indudable repercusión para la organización y desarrollo de la familia ha sido el introducido con la progresiva incorporación de la mujer al mundo laboral. Actualmente la situación de la mujer ha cambiado sustancialmente con la independencia alcanzada en diferentes ámbitos, sobre todo en el económico, de tanta trascendencia para su desarrollo integral y su proyección de futuro. A pesar de la persistencia de la discriminación salarial, que afecta de forma explícita a las mujeres.
Así, se quiera o no aceptar, el hecho real es que, tanto individualmente como socialmente, nos hallamos en continua evolución. Y ese proceso de cambio se interpreta como la apertura a algo nuevo, algo que no tiene por qué requerir necesariamente de catarsis, bastando con resolver favorablemente el hecho natural de la crisis. Una crisis presumiblemente acotada, con plazo finito, que aun considerándose traumática en el momento en que acontece, no por ello deja deser posible su resolución en la mayoría de las veces. Una vez remontada la crisis, sin excluir las rupturas de pareja, se la considera como la evolución natural hacia una nueva posición personal que sale enriquecida con la experiencia.
Los modelos familiares se producen en la sociedad de manera simultánea por la acumulación de valores de distintas generaciones y a un ritmo creciente en el proceso del cambio; lo que hace que el conflicto surja con facilidad, dada la resistencia que todo cambio de realidad suele naturalmente producir en la población hasta adaptarse. (Antón Mil/án, MT., en V Conferencia Internacional de Mediación, Fórum Mundial de Mediación Suiza, 9/11 septiembre 2005) .
La perpetuación de los conflictos es cada vez más repudiado en nuestra sociedad, incluso tratándose de enfrentamientos solamente verbales que, por lo que tienen de violentos- poco o mucho- no dejan de ser vistos con significado desfavorable. Sin olvidar que la acción violenta, aun de palabra, está ahora penada, siendo por tanto ilegítima. Si bien es cierto que persisten tenaces resistencias judiciales en la aplicación de la Ley que sanciona tales conductas. La solución pacífica de los conflictos es la única que ofrece garantías para las personas que los desencadenan y su entorno. Se considera cuando menos como poco civilizado el que las personas carezcan de la suficiente capacidad para resolver amistosamente sus inevitables discrepancias considerándolas insolubles.
De cuanto antecede se desprende el dato indiscutible de que la familia como célula social ha adquirido hoy en día una multiformidad inusitada, pero que en modo alguno corre el riesgo de extinguirse en su papel social, como afirmaban los adversarios de la implantación del divorcio legal a comienzos del año 1980. Sin que valga el argumento de que lo que está en juego es el matrimonio y la familia en su forma tradicional; porque ello equivaldría a la pretensión de sostener que peligra el ejercicio del Derecho, de la Medicina o la Ingeniería porque estas actividades se ejercen cada vez menos en la forma convencional de cuando se las llamaba «profesiones liberales».
Si hoy escasean las profesiones liberales y en cambio abundan las uniones personales y familiares liberalizadas, no es por capricho del azar. Hombres y mujeres buscan en la sociedad su felicidad, lo cual constituye un derecho natural de ciudadanos y ciudadanas, como se expresó por primera vez con oportunidad histórica en el preámbulo de la Constitución de los Estados Unidos de América del Norte.
En efecto, a veces se pierde de vista un hecho tan simple como es el de la búsqueda de la felicidad que es por lo general el objetivo que se marcan los hombres y mujeres de toda sociedad, cuando se emparejan para iniciar una vida en común. No se unen para sufrir, ni para soportar un trato desconsiderado o violento, ni por quiméricas alucinaciones de orden trascendental, sino con la aspiración más sencilla y natural que como a seres humanos creen poder esperar de la vida, esto es que la familia que juntos pasan a fundar les dure con la mayor felicidad posible; pero con la lógica y sensata prudencia del que sabe que puede tracasar, y la convicción de que, si así sucede, tendrán en su mano la solución adecuada para corregir su error, y no quedar para el resto de sus días atrapados en la aceptación y el sacrificio a unos «principios» inamovibles, a unos «valores» etéreos o a unas «instituciones» tan inconsistentes que exigen el sacrificio y la ruina de las personas para no ven irse abajo.
Fuente: «Histórico de la Mediación Familiar en España», de Ana Mªría Pérez del Campo