Ruth Roosvelt y Jeannette Lofas, autoras del libro “Living in Step: A remarriage Manual for parents and children”, hablaban del proceso que se daba en una familia reconstituida para que la nueva pareja del padre acabara convirtiéndose en el estereotipo de la madrastra bruja de los cuentos de Disney.
Las autoras resumían este proceso en siete pasos que vamos a analizar a continuación, ya que entendemos que ponen el foco exclusivamente en la figura de la madrastra y en la de sus hijastros e hijastras, depositando así la culpa en esta diada, y olvidando otros actores importantes en el entramado relacional.
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La madrastra intenta escapar al mito preocupándose en exceso por el bienestar de su hijastro. El niño, leal a su madre, responde con frialdad e indiferencia
En este punto vemos cómo los roles de género de la familia tradicional entran en escena, y cómo se espera de la madrastra que se haga cargo afectivamente de los hijos e hijas de su pareja.
Evidentemente esto dispara la aparición de las lealtades invisibles en los hijos e hijas, quienes defienden la figura de su madre ante lo que consideran un intento de sustitución por parte de su madrastra, a la que rechazarán.
Pero, ¿y el padre? Es fundamental en este punto que los profesionales hablemos con ellos de las expectativas de éste, tanto explícitas como implícitas, sobre el rol que le gustaría que desempeñara su nueva pareja con respecto a sus hijos e hijas, ya que en la mayoría de las ocasiones alienta (o al menos traslada un deseo confuso) que ésta se coloque en una relación competitiva con la madre.
2. La madrastra trata, trata y trata… de acercarse a él y ser agradable hasta que finalmente se resigna y se distancia enojada
El mito de la “familia instantánea”, el pensamiento de “nos vamos a vivir todos juntos y ya somos una familia” acaba dando lugar a este tipo de frustraciones cuando la cosa no funciona como uno imaginó.
Este enojo tiene que ver no sólo con la injusticia relacional del rechazo en esta dinámica que se arma (un rechazo que no tiene que ver con características o actos propios), sino con aspectos más complejos como pueden ser la imposibilidad de ser la familia de película que se idealizó.
Es importante, por tanto, que las nuevas parejas se coloquen en un segundo plano en un primer momento, y que entiendan que los hijos e hijas de su pareja están en un punto de elaboración del duelo por todo lo que perdieron, muy diferente al del progenitor que decidió la separación, y por supuesto, en un punto muy diferente al de la madrastra, que en muchas ocasiones no tendrá duelo alguno que resolver. Es fundamental respetar los tiempos de los y las menores, y contextualizar todas sus respuestas y emociones.
3. El niño o la niña confirma su primera afirmación negativa. “Siempre lo dije: es una bruja”
En realidad está confirmando los sentimientos que la madre ha depositado en él o ella sobre la nueva pareja de su padre, así como afianzando cognitivamente su rechazo, evitando así disonancia alguna, lo que le va a permitir vivir más tranquilo o tranquila en alianza con su madre.
4. La madrastra frustrada contraataca
Bajo mi punto de vista, hacer una lectura de ataque-contraataque como el que proponen las autoras, nos dificulta entender la complejidad de las dinámicas subyacentes que se están poniendo en juego, y se olvida a los demás actores de la trama (padre, madre, familia extensa, contexto patriarcal, pérdidas, etc. …) y se pone el foco y la culpa en una sola dirección.
5. Se crea una situación que fuerza al padre a intervenir. Si el padre toma partido por el hijo o hija, la familia estará en problemas
En este punto existen discrepancias con la exposición que realizan las autoras, ya que hacen una lectura con un sesgo claramente machista de la situación, cuando hablan de que se “obliga al padre a intervenir”, como sujeto normativo que viene a poner orden frente al descontrol de su pareja, acorde al rol de género tradicional, y como si hubiera sido un actor ausente en todo el proceso desencadenante anterior.
Es el padre quien debió legitimar la figura de su pareja ante sus hijas e hijos, porque la madrastra no tiene la legitimidad alguna para hacerlo por sí misma. De hecho, todo este proceso tiene su punto de partida en la dinámica que llevó a la madrastra a verse colocada en una posición imposible con respecto a los hijos e hijas de él.
6. La madrastra intenta ganar al padre para su lado, y por lo general lo consigue. El niño o niña, a su vez, se aleja cada vez más
Si bien es cierto que todo lo anterior genera que los vínculos paternofiliales y los de pareja entren a competir entre ellos, nuestra experiencia en la atención a familias reconstituidas nos dice que, al revés de lo que afirman estas autoras, el perdedor suele ser el vínculo de pareja.
En primer lugar, porque, al contrario que en la familia tradicional, el vínculo paternofilial es anterior en el tiempo al vínculo de pareja, y porque además, pase lo que pase, padre e hijos e hijas lo seguirán siendo siempre, mientras que la pareja sólo lo seguirá siendo mientras ambos lo deseen, mientras la relación sea satisfactoria para los dos. Además, el entramado relacional que se da en la familia reconstituida no ayuda precisamente a ello, ya que genera mucho estrés en dicha relación.
Desde nuestra experiencia profesional, algo que recomendamos siempre a las nuevas parejas es que no entren a competir con la relación paternofilial. De entrada, porque no son vínculos comparables, y sobre todo, porque lo más vulnerable en estas nuevas familias va a ser siempre la relación de pareja.
7. Tarde o temprano todos entran a escena y la madrastra malvada de los cuentos hace finalmente su aparición
Como hemos visto, el proceso de convertirse en la madrastra malvada no es un proceso lineal, ni una característica intrínseca de esta figura, sino que es algo de lo que participan todos los miembros de la familia.
Gregorio Gullón, responsable del Servicio de Atención a Familias Reconstituidas de UNAF