Familias reconstituidas. Es ya un concepto que poco a poco se va asimilando y conociendo pero aún genera desconocimiento. Roberto Pereira, psiquiatra y terapeuta familiar, y director de la Escuela Vasco Navarra de Terapia Familiar y presidente de la Red Europea y Latinoamericana de Escuelas Sistémicas lo deja claro: «Estamos en un momento de cambio social importante. Los modelos familiares tradicionales están en constante revisión y debemos dar respuesta a lo que nos encontramos».
Durante la Jornada técnica ‘Actualidad de las Familias Reconstituidas’, celebrada el pasado 5 de octubre de 2017 en el Circulo de Bellas Artes de Madrid y organizada por la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF), Pereira desgranó las fases por las que atraviesa una familia reconstituida y apuntó los mitos y realidades que giran en torno a este colectivo.
En una familia reconstituida la complejidad radica en la presencia de hijas o hijos que la pareja tiene de relaciones anteriores. Son familias que, como explica Pereira, tienen como punto de partida una pérdida. «Aunque todos pensamos que hacer el duelo es necesario, se pasa mal. Y en ocasiones, como no queremos pasarlo mal nos lo saltamos. La experiencia nos dice que si hacemos eso, a la larga va a ser peor. Antes de establecer relaciones debemos de hacer el proceso de despedida».
Como sabemos, estas familias vienen con un álbum de fotos propio y todo eso supone maneras de hacer diferentes a las que hay que adaptarse, tanto padres, madres, hijos, hijas y demás miembros de la familia. En relación a esto, es importante abordar la cuestión de los roles y la ambigüedad de los mismos en las familias reconstituidas.
Algunos mitos
Cuando abunda el desconocimiento es frecuente que se generen creencias irreales respecto a un tema, y en el caso de las familias reconstituidas no es menor. Uno de los mitos en torno a estas familias es que son iguales que una familia convencional o nuclear. Pero esto no es así. Como bien apuntaba Pereira, “hay diferencias en su estructura y composición, obligaciones, ha historia de las parejas, tener hijos e hijas o no tenerlos…». Al tener una estructura más compleja, menor cohesión familiar y conflictos de lealtades y ambigüedad de roles, «los recursos que estas familias necesitan son mayores que las convencionales”.
Por eso, entre otras adaptaciones, es necesaria una redefinición de roles. En este sentido, Pereira insiste en la necesidad de que los padres y madres asuman la responsabilidad de la autoridad y las normas. Mientras, las nuevas parejas «están para ayudar, siempre y cuando los progenitores estén», según señala el psiquiatra.
Otro de los mitos hace referencia a que el ajuste familiar pueda realizarse rápidamente. Pero cada cosa lleva su tiempo, especialmente para las hijas e hijos que deben aceptar la nueva situación familiar. Hablamos aquí del ciclo vital por el que deben atravesar todas las familias reconstituidas, con momentos iniciales de fantasía, inmersión y toma de conciencia, otros intermedios de movilización y la acción para terminar en las fases de contacto y resolución. Un ciclo que dura generalmente entre cuatro y siete años.
Asimismo nos encontramos con dos mitos que tienen relación con el papel de «la madrastra» y, por otro lado, con las relaciones padres y madres y las nuevas parejas. Se debe desechar la idea de la ‘mala madrastra’; su rol es distinto al de su madre y en ningún caso puede sustituirla, siempre que esta figura esté presente. Al igual que ocurre con el padrastro y la nueva pareja. Por tanto, la creencia de que separar a los hijos e hijas de sus progenitores facilita la relación con las nuevas parejas es falsa. Hay que buscar una complementariedad y, como se apuntaba anteriormente, una correcta y acertada definición de los roles sin esperar a que se produzca una adaptación y un ‘amor’ instantáneos.
Por último, no se debe achacar a la reconstitución familiar todos los problemas que se originen y, por tanto, es tarea de estos nuevos modelos familiares enfrentarse a las pérdidas y cambios, establecer nuevas tradiciones e interrelaciones, conciliar las distintas necesidades evolutivas, crear una sólida relación de pareja y coalición parental, aceptar continuas modificaciones en la composición del hogar y arriesgarse a involucrarse a pesar del escaso apoyo social existente.