El 16 de abril de 2015 participamos en el Congreso Nacional SEVIFIP: «La violencia filio-parental en España» para explicar cómo la mediación es una herramienta muy eficaz para prevenir este tipo de violencia.
Este post recoge la comunicación que ha realizado en dicho congreso Gregorio Gullón, responsable del Servicio de Mediación entre Padres, Madres e hijos/as adolescentes de la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF).
«Entendemos la Violencia Filio-Parental (VFP) como el conjunto de conductas reiteradas de agresiones físicas (golpes, empujones, arrojar objetos), verbales (insultos repetidos, amenazas) o no verbales (gestos amenazadores, ruptura de objetos apreciados) dirigida a los padres o a los adultos que ocupan su lugar. (Pereira, 2006).
La mediación intergeneracional es una herramienta de prevención para evitar llegar a estas situaciones que ya requerirían de un abordaje terapéutico. Porque la VFP no es un hecho que surja de un día para otro.
La Violencia Filio-Parental es un fracaso relacional y de comunicación
Siguiendo a Watzlawick y su Teoría de la Comunicación Humana, toda conducta es comunicación, y toda comunicación tiene un aspecto de contenido y un aspecto relacional.
Cuanto más “sana” es una relación, más se pierde en el transfondo el aspecto relacionado con la relación. En cambio, en relaciones “enfermas” propias de familias donde está presente la VFP, las relaciones entre sus miembros se caracterizan por una lucha constante acerca de la naturaleza de la relación, mientras que el contenido de la comunicación es cada vez menos importante.
La violencia así es un modo relacional y la Violencia Filio-Parental es un fracaso relacional entre padres, madres e hijos/as.
En la inmensa mayoría de familias con hijos/as adolescentes que acuden a nuestro servicio de mediación nos encontraremos un desacuerdo respecto al nivel del contenido y también al de relación. En las disputas presentes en dichas familias las palabras, el lenguaje, pierden totalmente su aspecto referente al contenido, y se convierten exclusivamente en herramientas de “superioridad”, en armas de luchas de poder.
El resolver ambos niveles de desacuerdo es el elemento diferenciador de la mediación familiar respecto a otros sistemas de resolución de conflictos tales como la negociación, el arbitraje, etc. que sólo se centrarían en la solución del nivel referente al contenido.
Quienes participan en una interacción introducen la “puntuación de la secuencia de hechos” donde cada uno de ellos puntúa la secuencia, de modo que cada uno de ellos o el otro tiene iniciativa, dependencia, ataque, etc. La puntuación organiza los hechos y, en consecuencia, la relación. El desacuerdo con respecto a la manera de puntuar la secuencia de los hechos es la causa de muchos conflictos. En la raíz de estos conflictos existe la convicción de que sólo hay una realidad, tal como yo la veo, y cualquier otra visión de la realidad diferente a la mía se tiene que deber a la maldad o locura.
Este círculo solo se puede romper cuando la comunicación misma se convierte en objeto de la comunicación, algo que facilita la mediación familiar.
Se suele observar en estas disputas un conflicto acerca de cuál es la causa y cuál es el efecto, cuando en realidad ninguno de estos conceptos resulta aplicable debido a la circularidad de la interacción.
La responsabilidad del cambio corresponde a toda la familia
La mayoría de las familias que acuden a nuestro Servicio lo hacen con la demanda de que modifiquemos determinadas conductas de sus hijos/as adolescentes. Focalizan todos los problemas de la familia en dicho comportamiento. Tal como explicaba Minuchin, la familia coloca el “foco culpabilizador” en el adolescente, y desde el Servicio, tratamos de alejar, de ampliar ese foco para que ilumine a toda la familia, todas sus interacciones, y poder entender qué está sucediendo. Designar al adolescente como el único responsable del conflicto, y a la vez hacerle responsable único de la solución, mediante un cambio unilateral por su parte, no propicia una solución, sino un estancamiento.
Siguiendo un modelo sistémico, entendemos que cualquier intento de cambio debe partir de un enfoque circular, que conecte la conducta del adolescente con la de sus progenitores y su entorno. Entendemos que el conflicto nace en la relación, en la interacción, y que la responsabilidad del cambio corresponde a toda la familia, por lo que trabajamos con todo el sistema familiar.
Desde el SMPH tratamos de generar narrativas validantes que incluyan las emociones que hay detrás de la conducta de cada uno de los miembros de la familia, entendiendo que cada una de ellas se da como reacción ante la conducta del otro, que a su vez tiene una emoción por detrás.
En el trabajo con padres, madres e hijos/as adolescentes es muy común la “distorsión de la realidad” por ambas partes. Es difícil creer que dos individuos puedan tener visiones tan dispares de muchos elementos de su experiencia común.
Las rupturas conversacionales en una familia implican que sus miembros, frente a un problema, tienden a desarrollar realidades múltiples y discrepantes. El mediador/a tratará que emerjan “conversaciones dialógicas” (H. Anderson, 2012), es decir conversaciones donde van a surgir un sentido nuevo, frente a las conversaciones monológicas, donde una idea se hace estática y excluye a otra (Ejemplo: «Él me hizo», «Ella tiene la culpa», etc.)
El problema casi siempre va a radicar en su incapacidad para metacomunicarse acerca de su respectiva manera de pautar su interacción. Surgen errores de traducción entre el significado analógico y digital de la comunicación. Si surge una controversia interpersonal en cuanto al significado de una comunicación analógica, es probable que el proceso de traducción se lleve a cabo basándose en estereotipos acerca de la adolescencia (Ejemplo: adolescencia igual a agresividad y falta de control). Vemos entonces una incapacidad de traducir el malestar que existe detrás de una conducta como puede ser un golpe a un objeto; no se ve el sufrimiento que hay en el adolescente, o incluso el significado de protección hacia la familia, “golpeo la pared para evitar golpearte a ti”, y se le da solo el significado de amenaza.
La mejor herramienta que tienen los progenitores para educar a sus hijos/as es la relación con ellos/as. La buena relación con los progenitores y otros familiares es el factor protector más importante. Cuando los progenitores e hijos/as se comunican, es entonces cuando pueden cuidar, guiar y orientar al adolescente.
“Aprender a comunicarse de nuevo” es en muchas ocasiones, de hecho, el primer reto que nos encontramos con las familias en Mediación.